El gazpacho tiene apellido. Un apellido geográfico seguramente bien ganado por los esforzados manchegos, que tuvieron la genial idea de mezclar tortas de pan ácimo con un delicioso caldo condimentado con hierbas aromáticas, algunas verduras y aquéllo que el entorno les ofrecía. Un plato sencillo y potente para campesinos que trabajaban de sol a sol y que servía para reponer sus fuerzas en las jornadas más frías del invierno.
Mis antepasados son manchegos. Comidas como ésta me reconcilian con mis orígenes, que en la infancia percibía rancios y secos, como los sarmientos de las viñas, en esos interminables campos que ardían en el verano. Ahora vuelvo a la sabiduría del campo, de aquello que nos acerca a las raíces de la gente.
Este será un recorrido por esos platos simples en su confección pero de sabores matizados, que producen un placer primario en la boca y que se digieren lentamente, haciéndote conservar en el estómago el calor de una buena comida. Un viaje por las recetas pero también por los restaurantes que nos ofrecen la oportunidad de probar las mil formas distintas de entender un arroz o un gazpacho.
Empecemos...
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